Capítulo 1: Hablar de café y beber sentimientos
En ocasiones, se tiene la complicidad de hablar con alguien
y sentir que el tiempo se ralentiza, el resto del ambiente pasa a un segundo
plano, y todo parece encajar. Ese alguien puede ser un amigo o algún familiar.
A veces, cuando amigos que se ven poco se encuentran
acontecen un devenir de conversaciones metafisicosociales en las que se intenta
cambiar el mundo de ambos. Divagan entre cervezas o algún que otro café. Rascan
en la superficie de los sentimientos sin ahondar demasiado para no parecer
groseros o entrometidos con la persona que tienen enfrente, pasando de temas
profundos a conversaciones más banales, para relajar el ambiente.
Ese intercambio afectivo suele refrescar la mente de los
participantes y relajar el alma de los afectados.
A continuación os presento a dos personajes para encarnar un
ejemplo de esta simbiosis emocional:
Ana y Fran. Ambos rozan la treintena, se conocen desde hace
más de diez años y tras meses sin verse, sus destinos vuelven a reencontrarse
en un viejo bar de las afueras de Sevilla. Con posterioridad entraremos en más
detalle en estos personajes, sus inquietudes y miedos, sus ilusiones y
fantasías.
Fran llamó a Ana para contarle una de sus pesadillas
recurrentes que no le dejan descansar.
Ana es famosa por saber escuchar, su empatía roza la
brujería. Tiene la maravillosa capacidad de rascar en los corazoncitos de sus
seres queridos sin llegar a incomodarlos. Ana puede transmutarse en el otro,
entender su problema, hacerlo suyo y proporcionarle una posible solución.
- Ana, esta noche me
ha vuelto a ocurrir. Estas putas pesadillas me persiguen. Ya no ceno pesado, no
bebo alcohol y hace más de un mes que no fumo yerba. ya no se qué hacer. Siento
q me vuelvo loco.
- A ver Melón, relájate. Para empezar pide un par de
cervezas y me invitas, que me has hecho levantarme del sofá a las 5 de la tarde
un domingo. Corre ve! que las malas historias se digieren mejor regándolas en
cerveza.
- Ok, eso está hecho.
Tras una larga conversación sobre la pesadilla de Fran, a
Ana se le saltó una lágrima. Miró hacia otro lado para disimular, pero entendió
que la tristeza de su amigo era jodida de analizar.
La pesadilla de Fran gira en torno a su suicidio, a su dolor
por no poder avanzar y frustración resuelta en un dolor que le aterra.
Tras el ejercicio empático de Ana, quedó desgastada física y
mentalmente. Pero de nuevo consiguió su objetivo, sacar unas risas a Fran,
desvincularlo de sus miedos que le atacan en el subconsciente y derivarlos en
fuerza para encaminar sus energías hacia algo positivo.
- Fran confía en mí. Esas pesadillas son producto de un
desequilibrio vital que tienes que solventar, pero se pasa. No le des
importancia. Céntrate en mi sonrisa, que vale millones! y alegran el alma de
todo el que la contempla.
- Jajajajajajaja! Mira que eres golfa, hasta en momentos
peliagudos sabes sacarle partido a tu alta autoestima. Pues sí que es bonita sí.
Yo porque eres mi amiga que si no te ibas a enterar...
- Jajajaja! anda ya bichejo! y no me tires los trastos que
sabes que soy chica de libido sensible, por no decir más caliente que una pata
en la oreja........
La conversación finalizó con temas más cotidianos, el
calzador de Ana fue sutil, desvió el malestar de su amigo. Primer paso: ostia
directa hacia la tensión sexual, para desvincularlo con terapia de choque.
Segundo paso, reafirmar su amistad y marcar el carácter inofensivo de su
flirteo. Último paso dejar una sonrisa permanente y sincera en su amigo.
Pronto Ana y Fran se volverían a encontrar, pero eso es
asunto de otras líneas. Aca os dejo la historia de Fran y su pesadilla que
tanto traumatizó brevemente a Ana:
Smell like teen spirit
perfumaba el ambiente con notas de nostalgia adolescente.
De esa nostalgia de
algo que no se sabe muy bien si se ha vivido, se ha soñado, o se ha deseado
vivir. Pero nostalgia al fin y al cabo.
Energía grande la
ilusión de la que suelen acompañar el lustro de los 15 a los 20.
La melodía rompe, él
joven mira hacia abajo:
Cuarta y media de
sangre. O eso le parecía a él.
Los calcetines
empapados por la sabia de su cuerpo. "Mejor fuera que dentro, dicen
algunos".
Sus muñecas abiertas
en vertical no daban lugar a intentos. No llamadas de atención. No probarse
nada a uno mismo.
Solo el salto al
camino del "no siguiente paso".
Las fuerzas empiezan a
flaquear, la vista se enturbia, el alma se estabiliza, como una olla de agua
hirviendo que empieza a dejar de borbotear al enfriarse.
El ángel llegó en el
momento oportuno, ni antes ni después. La puerta del salón estalló en mil pedazos.
La luz impregnaba la
sala...
"¡Abuelo! te
echaba tanto de menos.
¿Eres tu verdad?
Llévame a la
carpintería, déjame de nuevo ese montón de puntillas y un taco de madera. Yo ya
soy un niño grande.
Me hubiera encantado
abrazarte mucho más.
Te me fuiste muy
pronto.
Cuántas preguntas me
faltaron por hacerte.
Solo necesitaba un
abrazo más.
Que cuidases algunos
años más de ella, para que no la tuviera que ver drogada por tranquilizantes.
Tantas dudas que con
tu experiencia hubiera solucionado.
Solo quiero que me
enseñes a hacer jaulas para canarios.
A aprovechar hasta el
último trozo de cuerda.
A gestionar mis
sentimientos cuando el caos en movimiento invade mi alma.
Te necesito cerca
abuelito, desde tu altura seguro que todo se ve mucho más claro.
Te me fuiste demasiado
pronto.
Tengo mil preguntas
abuelo.
Y ahora llegas tarde.
Pero me alegro
igualmente de volver a verte, tan fuerte, siempre con tus chascarrillos.
El dolor no tiene
secretos para ti. Sabes transformarlo en risas, en un tirón de orejas frente al
limonero que me vio crecer.
Y ahora mírame
abuelito, mira en lo he quedado, a punto de perderlo todo. Al menos sé que
estarás cerca abuelito.
Te abrazaré fuerte,
esperaremos paciente a mamá y clavaré muchas más puntillas en ese taco de
madera, que ya no tiene secretos para mí.
Ya soy un hombre
¿sabes?:
He aprendido a usar el
taladro, tengo mis propias herramientas.
He aprendido a
esquejar una planta. Como cuando tú lo hacías con tanta naturalidad, como el
que se ata los cordones. ¿Te acuerdas abuelito?
Yo te decía: ¿y ya
está?, y tú me contestabas: eso crece, confía en mí.
He aprendido el valor
de la amistad.
He aprendido a sentir
la sonrisa de los niños cuando juegan, al margen de otros mundos de adultos que
los circundan.
He aprendido a mirar
hacia arriba y ver como las nubes nos sonríen con tanto sarcasmo, diciéndonos:
no sabéis ni porqué estáis ahí abajo.
He aprendido a
enamorar y a enamorarme.
He aprendido a sufrir
y a hacer sufrir.
He aprendido a
compartir, a enseñar, a escuchar, a reír, a trabajar...
sentir, soñar,
vivir."
La vista del joven se
desvanece.
En el suelo del salón
solo queda sangre marcada por un reguero de las ruedas de una camilla, un teléfono
empapado y parte del equipo de urgencias.

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