Capítulo 12: "En el mundo de las sirenas"
En el mundo de las sirenas el desasosiego es un paradigma
desconocido.
En el mundo de las sirenas la fantasía es el aire, la tierra
el agua, la prisa la calma.
En el mundo de las sirenas el tiempo se mide en oleajes, la
dirección en horizontes.
En el mundo de las sirenas el pasado no consta en el
presente, el futuro no existe.
En el mundo de las sirenas el viento es el alimento.
En el mundo de las sirenas tus notas desparramadas en la
papelera del estudio son el combustible para la vida.
En el mundo de las sirenas tus ilusiones son sus habitantes,
tus penas sus vacíos.
En el mundo de las sirenas...
Raúl contempla la fuerza del mar desatada contra los
cubículos naturales del arrecife. Ana y Fran lo esperan en el mirador. Solo
Raúl esta tan loco como para aproximarse a probar la temperatura del agua en una
tarde, de viento descontrolado, como aquella.
La mirada de Raúl intenta abarcar la mayor extensión posible
de un sopetón. El alma se le para. En ese
momento nada importa. Nada, absolutamente NADA. Solo el mar, un millar
de sirenas escondidas de ojos curiosos y cinco peñascos en el horizonte. El
aire sacude el torso de Raúl, le infla los pulmones y algo mas ahí dentro. El
aire invade una parte de Raúl más allá de su sistema respiratorio. El aire
nutre a Raúl de una energía ancestral que hace toma de tierra con el mundo.
Dicen que con el pasar de los años el hombre se ha encargado
de transformar el mundo para adecuarlo a sus necesidades. El problema es que
esas necesidades no son tales, y al modificar la Tierra nos alejamos de ella.
Este razonamiento invade a Raúl mientras contempla el poder del mar. Si no,
por qué será que cada vez que me acerco a la naturaleza mi paz se acentúa y mi
felicidad le da la mano para que caminen juntas. Juntas avanzando hacia el
destino de trasmitir esa felicidad a cuantos me rodean.
El arrecife sonríe a Raúl con esa sonrisa que ilumina el
alma. Con esa sonrisa que detiene conversaciones. Con esa sonrisa que posee la joven
a la que amas. Con esa sonrisa que te regala desinteresadamente un niño
desconocido agarrado a la mano de su mamá,
mientras esperas la cola del supermercado. Esa sonrisa que ilumina el
bar cuando Ana aparece por la entrada cada jueves con sus labios tintados en
rojo. Esa sonrisa que solo tiene ella, esa alma alegre a la par que perturbadora
que te hace olvidar los desastres de tu vida, que te hace centrarte en el
presente y dejar de tragar alcohol, para poder saborear mejor sus labios
arqueados, sin ni siquiera tocarlos.
Esa sonrisa está en el arrecife, impregnando a Raúl. Quizás
sean las sirenas desde su escondrijo secreto, preparadas para cautivar al joven
soñador. O quizás la violencia del viento está empezando a enloquecer a Raúl y
confunde al arrecife con ella. Con esa noche en aquella habitación donde lo
húmedo no era el mar, donde el viento no era lo que zarandeaba su corazón, donde
la sonrisa no venía de sirenas sino de ella.
El arrecife sonríe descarado advirtiendo a Raúl de que se
acerca a la esencia plena.
- Vamos Raúl, que te vas a quedar "to trincao"
tanto mirar a las olas.
Fran avisa a su amigo para que vayan camino de vuelta.
Solo
unos instantes con la sonrisa del mar han bastado para anestesiar los demonios
de Raúl. A Raúl nunca se le ve preocupado, nunca triste. Quizás ese sea su
secreto, alimentar su alma de vez en cuando para obtener el fuel necesario para
su misión vital: regalar retazos de felicidad a cuantos le rodean. Quizás su
secreto esté en buscar un estado de limerencia cercano a la locura y enfocado a todas las actividades
de su vida, a su pulso vital, a su compás a contratiempo que se aleja de un
mundo sistematizado y algorítmico.
El tiempo de Raúl ya no se mide en horas y minutos, ya no en
días ni en meses. El tiempo de Raúl se mide en los espacios que hay entre una y
otra aventura. El tiempo de Raúl se mide en el número de partidas de rol en
vivo que ha jugado. El tiempo de Raúl se mide en los besos por los que ha
naufragado. El tiempo de Raúl se mide en el número de veces en el que sus sentimientos
evaluados en su corteza prefrontal hace que su energía aumente por la cantidad
de dopamina segregada. Su tiempo es aquello que trascurre entre sonrisas
iluminadoras que recibe de seres de fantasía traídos a su mundo y que
últimamente vienen vestidas de rojo y huelen a perfume de mujer.

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