Esa noche Raúl y Fran cambiaron de bar. No se sabe muy bien
el motivo, pero caminaron sin hablar mucho después del último cigarro antes del
atardecer.
- Fran, ¿Por qué
sigues fumando? En realidad no te ha gustado nunca el tabaco. ¿Qué manía esa de
empezar a fumar a estas alturas?
- No sé muy bien Raúl.
Puede que sea porque al respirar el humo me anclo al momento presente. Me
centro en el parpadeo del crepitar de las cenizas y en cómo se consume el
cigarrillo de manera uniforme. Me fijo en como el humo ondea, en la manera tan
sutil que tiene de atravesar mi garganta, invadir mis pulmones, para
posteriormente escaparse poco a poco hasta el exterior.
A veces, me da la
impresión de que estos cigarros industriales son una metáfora de la vida
occidental actual. Se consumen rápido, no dejan espacio para la pausa, si paras
mucho se queda convertido en cenizas. Te da lo justo que necesitas y rápido. Se
trafica con ellos, aceleran el pulso, te acortan la vida. Es como esta puta
sociedad microondas, en la cual todo se quiere ahora y sin esperar. La sociedad
de lo instantáneo, de lo fugaz, de lo consumible.
En verdad es una
porquería, no tengo muchas escusas. Jejejeje!
- Fran le das muchas vueltecillas
a un cigarro. ¿No te bastaba con decirme que es porque te gusta y punto?
jejeje!
Intenta dejar ya de
ver este mundo tras las gafas de la nostalgia, anda. Que como sigas así se te
va a apagar ese brillito en los ojos que siempre has tenido. Esa lucecilla en
el fondo del lago que te asemeja a la de los niños mientras juegan.
Raúl y Fran vagabundean en una tarde de primavera de esa
Sevilla florecida. De pronto Raúl se para bajo el rótulo de un nuevo bar para
ellos, Sala El Viejo Billar.
- Este es el sitio
Fran.
El bar se asemeja a un viejo pub irlandés, pero sonaba las
notas de un piano. Un piano que escupía una melodía tranquilizadora e
inspiradora de grandes conversaciones. Tres pequeñas mesas circundaban un
antiguo billar con el tapete desgastado. El billar estaba coronado a modo de
altar y en las paredes del local colgaban trofeos de Bola ocho.
- No se Raúl, me
cuesta dejar esas gafas de la nostalgia que tú dices. Para mi esas reflexiones
son como el escondrijo secreto del inquilino de un nuevo piso compartido. Ese
pequeño lugar solo para el inquilino que guarda con mimo y no comparte con los
demás compañeros de piso. Esa cajita, cajón o hueco en la pared donde tiene sus
pequeños elementos ritualísticos que le recuerdan diariamente que en muchas
ocasiones ha tenido, sentido o vivido algo especial. Ese cajón donde guarda
unas piedras de la playa que le regaló su primera novia, esa entrada del
festival que tanto le marcó o la cinta en formato casete de "Metallica
cara A" "Extremo Duro cara b" que le dejó su hermano mayor a sus
tiernos 9 años cuando le regaló su primer Walkman y que todavía conserva.
Para mí, estas
divagaciones son mi escondrijo secreto, al menos secreto hasta que las comparto
con quien yo quiero claro está.
- Bueno Fran, creo que
te comprendo. Es como cuando hablas de esa tal Ana. ¿No? Esa mujer que
simboliza todo lo que te gusta de lo que tú llamas "Maravilla de la
creación"
- ¿A qué te refieres
Raúl? No te entiendo.
- No se Fran a veces
hablas de esa mujer perfecta de labios tintados en rojo y pelo oscuro que te
mira y te taladra el alma y mil historias llenas de alegorías. Por cierto, si
alguna vez das con ella, preséntamela, jejejeje!
[La cara de Fran parece entrar en catarsis y se vuelve
blanco, se siente como en un sueño o en una de sus pesadillas, pero sabe que lo
que está ocurriendo es totalmente real]
- A ver Raúl, Ana es
nuestra amiga, solo que hoy no podía venir. Si incluso creo que te has acostado
con ella y todo. Que no soy tonto ostia!
- Fran, ¿estás bien?
-
Sssí....pe..ro.....pero Ana Aaa...na.

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