Capítulo 9: "La habitación"
No hay nadie más en la casa, solo ella y tú, pero sin
embargo habláis bajito. Incluso cuando salís a la calle seguís hablando bajito
por unos segundos. Hasta que ella te dice "ya podemos hablar normal"
y reís como cuando pequeños.
Es como si quisierais acariciar con todo vuestro ser. Con
tanto, que hasta necesitáis acariciar también con las palabras. Un "¿cómo
estás chica?" después de hacer el amor, no suena igual si no se susurra.
Has de acariciar el alma con las palabras.
Dicen que las palabras crean realidades al ser pronunciadas.
Y la realidad que quieres hacer patente en ese momento es una caricia al
corazón.
"Guaaaauu... no quiero que este momento se acabe nunca."
Susurra Ana al oído de Raúl. Ana lo abraza por debajo de las costillas y lo
aprieta fuerte.
El ecosistema de la habitación está formado por la cama de
la compañera de piso de Ana. Una botella de vino a medias, tres velas, un
barrita de incienso ya acabada, un espejo sobre una vieja cómoda y un póster de
la película El club de la lucha. La
habitación huele al amor derrochado durante toda una noche. Una noche de sexo,
caricias, charlas al oído, risas, masajes, besos y abrazos. Sobre todo besos y
abrazos.
La compañera de piso de Ana estaba de viaje. Cuando Raúl y
Ana subieron al piso, Ana decidió utilizar la habitación de su amiga, ya que
tiene una cama de 1,60 del Ikea. La cama de Ana es individual. Tampoco le
importaría mucho a su compañera. Igual ni se lo cuenta.
Tras una noche y parte de la mañana, la habitación se
convierte en el mundo de ambos. No necesitan más nada de allí afuera. De hecho,
ansían que no exista nada más. Solo ellos dos y la habitación. Bueno, ellos
dos, la habitación, las señales de los mordiscos de Ana en el trapecio de Raúl
y el sudor en las sabanas.
Tan solo una pequeña pausa para ir al servicio y traer algo
de agua y a seguir viendo el amanecer abrazados, por si al levantarse todo se
acaba. Al fin y al cabo son nada más que amigos. Igual después hay una charla
de las de "...en verdad no ha sido buena idea.." , "...no quiero
que nuestra amistad se vea afectada..." o "...ha sido increíblemente
mágico, pero no quiero que los sentimientos empiecen a estropearlo todo...".
Por ende abrazan ese momento sin plantearse mucho más. Lo de después ya llegará
si cabe.
La tarde anterior Raúl acudió a la casa de Ana. Ana Había
preparado una cena de viernes aprovechando que tenía el piso para ella sola.
Invitó a algunos amigos, entre ellos a Raúl y Fran. Fran no acudió. Su escusa
fue que estaba en la cama demasiado relajado por los calmantes. Según planteaba,
se tomó un par de Diazepam de 5 mg porque tenía una fuerte contractura en la
espalda fruto de su entrenamiento. Aunque sus amigos sabían que probablemente no
serían dos píldoras de 5 mg, más bien dos de 10 mg y un vaso de whisky con
objeto de apaliar su ansiedad esporádica y no como remedio a un problema
muscular. De igual forma respetaron su momento y no insistieron en que fuera a
la fiesta. Durante el fin de semana Ana sabía que le tocaba visitar a Fran y
sacarlo de la cama. Pero esta noche era demasiado tarde. Si Fran usaba la
escusa de la contractura, significaba que los calmantes ya habían hecho efecto.
Ya debía estar en la cama drogado, escuchando a Ludovico mientras meditaba y se
quedaba dormido por doce horas.
Después de la cena, Ana ofreció a sus invitados un postre
con nata y fresas. A Raúl, le puso una fresa de más. Parecía que el postre
auguraba algo más. El postre ya decía: para ti Raúl te pongo una fresa más, por algo será.
Tras una sobremesa distendida con charlas
metafisico-sociales, el grupo se dispuso a quemar la noche sevillana. El aroma
a azahar atesoraba el ambiente. Los bares de la alameda ofrecieron un paradigma
ideal para beber, reír y sentir.
A la salida de uno de los barecillos preferidos por Ana,
Raúl le cogió la mano como solía hacer con todas sus amigas a modo de caballerosidad.
Pero en ese momento Raúl percibió algo distinto. Una leve caricia entre sus
dedos emergía de Ana. Esa caricia decía más que toda la enciclopedia británica.
A la entrada del siguiente bar, no se pudo aguantar más. Abrazó a Ana por la cintura y la besó. Sus labios se saludaban en señal de consentimiento mutuo. Parecía que una olla en ebullición empezaba a calmar sus aguas. Las burbujitas dejaron de crepitar, el agua ya en calma, el vapor ya en el techo. Por fin me quitaron la tapa y apagaron el fuego.
El beso se extendió por más de 5 minutos. Hacía tiempo que
Ana no besaba tanto rato, ni con tantas ganas. Una pequeña pausa. se miran a
los ojos, se ríen. Esto no puede ser, piensan. Pero es. Y es bien rico.
El beso dio paso al resguardo en el hogar de Ana. A una
noche y una mañana en una habitación prestada sin saberlo. A una habitación que
sostiene a dos almas que se abrazan al amanecer. A dos almas desnudas que se
miran en el espejo de la vieja cómoda. Y que piensan "Pues no quedamos nada
mal juntos".

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