Capítulo 10: "Tetas, Prozac y el ApagaLuces"
Fran recorría un mar de sensaciones mientras paseaba por la
Macarena, una mañana fría de primavera en la que se aventuró a echar
currículums en papel empresa por empresa.
Junto a la puerta de un banco se cruzó con un "sin
hogar" fabricando artesanía con sus manos. Unos coquetos avioncitos hechos
de latas de refresco circundaban a Prudencio, que así se hacía llamar este
artesano de la calle. Fran se acercó, le dejó 50 céntimos y se aventuró a
hablar con él. Las manos de Prudencio encalladas como solo los hombres de
antaño conocen, manejaban grácilmente una tijera con el mango roto.
- ¡Buenos días! Lindos avioncitos.
- ¡Buenos días muchacho!. Sí, son guapos. Hasta las hélices
funcionan. ¡Jejejeje!
- Mi nombre es Fran, encantado.
- Yo soy Prudencio. Siéntate Fran, que te veo con cara de
col pachucha. ¿Qué te pasa hombre? Un joven con tanta energía no tiene derecho
a estar con un semblante triste. ¡Jejejeje! si quieres estar triste te tienes
que meter a pobre como yo ¡Jajajajaja!
- ¡Jejejeje! No me pasa nada Prudencio solo que llevo una
temporadilla desmotivado con todo en general. Pero ya voy "parriba".
- Bueno tú mismo muchacho. ¿Me dejas darte un consejo?
- Por supuesto, es lo mejor que puedo escuchar en un día
como hoy.
Las arrugas del rostro del "sin techo" se marcaban
en un intrincado mundo de sombras y reflejos. La luz de su mirada reflejada
demasiado vivido. Demasiado vívido para una persona sola, en una sola vida.
- Verás, siempre me han dicho que soy medio brujo, porque
puedo leer en los ojos de los demás los reflejos de su alma. Y en ti veo una
pesadez innecesaria. Yo no quiero saber de tu vida hasta el momento. Aunque sí
me gustaría encarrilarla desde hoy hasta que te vayas para no volver.
- Interesante Prudencio. Dispara.
- El secreto está en que cuando morís, del otro lado no hay
ni cervezas ni tetas, así que empieza desde hoy.
- Jajajajajaja. Me gusta como piensas. Ahora vuelvo, un
segundo.
Fran se acercó a una tiendecita de al lado. Al regreso para
ver a Prudencio, le acompañaba un litro de Cruzcampo frío.
- Bueno Prudencio voy a seguir tu consejo. Las tetas
intentaré buscarlas este viernes, de momento compartamos la cerveza. ¡Jajajajaja!
- ¡Jajajajaja! Maravilloso Fran. Aunque siento no poder
acompañarte. Hace mucho que no bebo. Pero yo te acompaño con mi gasolina.
Prudencio sacó de una mochila sucia una botella con lo que
parecía agua con algún tipo de infusión. Los dos sentados bebían a las 11:30 de
la mañana. Los roles sociales parecían cambiados. El "sin hogar"
bebía una infusión y estaba feliz y el joven bebía cerveza y parecía triste.
Aunque eso a Fran no le importaba. Parecía muy interesado en escuchar a
Prudencio.
- A ver hijo. Hubo un tiempo en el que pasé mucho tiempo con
un pesar parecido al que veo en tus ojos. Antes de que pases por todo el
proceso, te voy a dar algunos atajos por si te ayudan.
- Mis oídos son tuyos.
- Toda mi vida he sido mecánico de máquinas industriales.
Llevaba una línea de producción. Nunca estudié, pero era especialistas en mis
máquinas. Las conocía mejor que a mí mismo. Cada detalle, cada troquel, cada
cadena, cada engranaje.
Todas esas máquinas tenían una bombilla roja encima. Cuando
algo iba mal, la luz se encendía. Señal inequívoca de que alguna avería
ocurría. En esos casos, me enfundaba mis guantes y me disponía a acariciar a
una de esas preciosidades para que volvieran a trillar, taladrar, empacar o
fresar alguna pieza. En pocas horas la avería quedaba resuelta y la luz de
emergencia se apagaba. Los ingenieros de la fábrica me menospreciaban por mi
falta de estudios y me decían el ApagaLuces. Aunque bien sabían que el
ApagaLuces les salvaba el culo en más de una ocasión a esos tontos con letra,
engreídos y sin respeto por la mano obrera.
En esos años, tras un accidente de tráfico, mi mujer y mi
única hija fallecieron. Fue la primera vez, que no la única, que aprendí lo
violenta y no negociable que es la muerte.
El dolor vino a mí como cuando una ola te rompe en la cara.
Tomaba Prozac a garrafas. Los aderezaba con vino barato y no tardé en perder mi
trabajo y la ilusión por ver el sol. El dolor te lleva al sótano 4 de la
oscuridad. Pero allá en lo profundo a veces hay ventanitas. Aunque estas, las
descubrí mas tarde.
Como consecuencia de mi estado, me vi en la calle. Aunque la
historia es más larga y compleja, eso ahora no trasciende. La cuestión es que empecé
a prepararme para la muerte. Sabía que en cuanto aunara fuerzas me iría al otro
lado a buscarlas a las dos. Así, pensé... bueno ya que me voy a quitar la vida
de aquí a poco, porque no intentar dejar este mundo un poquito mejor de como lo
encontré.
Empecé a ayudar a todos los que podía. Iba a los comedores
sociales y repartía mis mantas y comida entre otros compañeros de la calle.
Apenas comía, pasaba frío, pero eso no importaba. El camino para prepararme
para la muerte empezaba a surgir.
Conocí a muchos. Escribía poemas para niños enfermos de los
hospitales del centro. ayudaba a dos ancianos a hacer las compras de la semana
y se las llevaba a sus casas. Siempre me querían pagar, pero yo les decía que
la limosna de la semana me la guardaran en un bote. Cada mes me daban el bote.
Con el dinero recaudado compraba cupones y loterías y las regalaba a cada
pareja de enamorados que veía por Triana. Cada mañana, barría el suelo de los
alrededores del banco donde dormía. Daba cariño a los perros callejeros y
echaba trozos de pan a las palomas. Contaba chistes a los barrenderos más
serios para que su mañana se iluminara.
Poco a poco todos en el barrio me conocían por el
ApagaLuces. Descubrí que existen muchas más luces rojas que apagar en las
calles que en las máquinas de mi antigua fábrica.
Lo curioso de todo esto, es que mientras me iba preparando
para la muerte, fui recobrando la ilusión por quedarme aquí y esperar paciente
a que me toque ir del otro lado, en el que ya te he adelantado que no hay ni
cervezas ni tetas. ¡Jejejejeje!
Por lo que sin saberlo al intentar prepararme para la
muerte, realmente me estaba preparando para la vida. Mi día a día mejoró. Dejé
de tomar antidepresivos, dejé el alcohol y decidí convertirme en el ApagaLuces
de mi entorno, mientras pudiera. Ahora vivo feliz con mis miserias. Ya que por
dentro me siento muy rico. He encontrado mi camino. Intento que todo el que me
escuche encuentre el suyo. Porque la verdadera desgracia de este mundo es que
hay muchos que teniendo de todo no se tienen a ellos mismos.

Delirios del chamán by Jesús López Rodríguez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Hoy Fran tú eres mi bombilla roja. Espero haberla apagado.
Me has emocionado, me encanta
ResponderEliminarBrutal hermano
ResponderEliminarBonito hermano
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