domingo, 27 de noviembre de 2016

Capítulo 18: "Universo paralerdos"

- Y es que es difícil levantarte cuando el alma se te muere.

- ¿Qué dices Fran? a veces pienso que lo que realmente necesitas son dos buenas ostias para que espabiles.

- Claro Raúl, y todo solucionado. Me sorprende tu brillantez, no sé cómo no se me había ocurrido antes. De hecho, deberíamos montar una clínica. La llamaremos "Las dos ostias que necesitas" y desbancaremos a todas las consultas de psicólogos.

El rostro de Fran se apuntaló sarcástico y triste por la frustración que le acababa de producir el saber que uno de sus mejores amigos no lo entendía. Pero claro, sabía que tampoco podía juzgar a Raúl, si ni él mismo Fran se comprendía a veces.

- Bueeeeno picha, no te pongas así. Además, ¿sabes qué hora es?

- No sé, las doce y media o así.

- No señor!, es la hora mágica, la hora de la cerveza.....justo aaaaaaaahora! las doce y treinta y cuatro.

- Anda! ¿y porque esa hora justa es la hora mágica?

- ¿No lo ves Fran? doce y treinta y cuatro. Uno ,dos, tres y cuatro. Magia!!! JAJAJAJAJAJA!

- JAJAJAJAJAJA! venga bastardo, vamos a por una birra.

Fran y Raúl paseaban por el puente de Triana en dirección hacia el centro de Sevilla, mientras vagabundeaban con conversaciones típicas de ambos. Aún Raúl no le había contado que se acostó con Ana. No se veía preparado, ni sabía cómo se lo iba a tomar Fran. Después de todo con Fran nunca se sabe, unas veces está arriba, otras abajo y otras ni siquiera está.

En la mente de Fran se veía a él mismo en una terraza con vistas al mar al anochecer. Respiraba profundo el humo de su última cosecha, Cream Caramel de segunda generación. Sus pies descalzos lo conectaban con la Tierra, su mirada perdida lo adecuaba a la inmensidad del mar. Su respirar profundo y pausado lo anclaba en el aquí y el ahora. De pronto despertó.

- Fran que te me vas!!

- Sí, perdona...andaba con la cabeza en otra parte... Raúl, ¿Te has preguntado alguna vez para qué vivimos?

- ¿A qué te refieres?

- Me refiero al sentido de la vida. A la típica pregunta de por qué estamos aquí.

- Sí, alguna vez, pero se me quita la pasión por preguntarme rápidamente, jejejeje!

- Pues yo creo que esa pregunta no tiene mucho sentido. Yo creo que la clave es preguntarse ¿para quién he vivido? Es decir, al final importa muy poco lo que hagas en este mundo. Lo verdaderamente importante no es el yo, ni el tú, es el nosotros. O, afinando un poco más, el yo sentido a través del otro. El cómo soy yo en mi mismo a través de ti. No sé si me explico.

- Síiiiiii, perfectamente.
Raúl reía con sarcasmo

- Dios santo Fran!, a veces no te entiende ni tu padre!

- Sí, jejejeje! puede ser. No sé Raúl, me refiero a algo parecido a lo que piensan algunas tribus africanas.

- A ver, ilústrame.

- Pues resulta, pasa y acontece... [a Fran le encanta empezar sus historias así, como habéis podido comprobar] ... que en algunas tribus africanas piensan que el cuerpo humano no acoge a toda la persona en sí. La persona es muuuuuuucho más que lo que cabe en su cuerpo. 
Y en relación a ese pensamiento, me he planteado la pregunta clave de que ese "de más" de nosotros mismos que no cabe en nuestro cuerpo puede ser el nosotros en el otro. El nosotros en esa persona querida. En tu madre, hermano, amiga, pareja, etc. 
En esa sincronía y sintonía emocional que aparece en algunas ocasiones entre dos personas. Y en consecuencia la pregunta filosófica de cuál es el sentido de la vida, la veo incompleta. Más bien sería ¿Para quién vivo? o ¿en quién vivo? dentro de este universo paralerdos.

- Será universo paralelo.


- Entiéndase como se quiera. 

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miércoles, 16 de noviembre de 2016

Capítulo 17: "El discurso de Fizvan"

Recuerdo momentos de serenidad, mientras el cigarro se consume en mi viejo, y no por ello menos valioso, cenicero de mármol. El veteado del buzón de colillas me relaja, dibuja una silueta burlona en forma de espiral áurea, con matices anaranjados. Tan cálido, tan frío, tan paradójico que nunca me deja indiferente. Tal vez sea el alma de mi abuelo que aun reside en esta herencia, producto del azar que llegó otrora a mis manos y del que nunca me he separado.

El humo se derrama en mi boca e inflama mis pulmones ayudando a centrarme en la respiración y atándome al momento presente en consecuencia. Exhalo una última calada y me dispongo a soñar.

Decía, que recuerdo momentos de serenidad. Momentos de los de "cinco minutos más", de los de "jummm esto empieza a cobrar sentido y no me pregunto el motivo". Parece que el leitmotiv recurrente en mis divagaciones concuerda con el dejarse vivir en el momento y el espacio sin más preocupaciones que el sentir.

Aún recuerdo cuando dormía en la azotea de mi vieja casa de tres plantas con mis hermanos mayores. Casa construida por un "Apagaluces" al que adoro. Un hombre renacentista que no conoce otra respuesta más que la de la lucha diaria y el trabajo bien hecho desde el corazón.

Las losas de la azotea todavía estaban frescas. Tenían un olor especial a arcilla húmeda, mi madre las regaba por la tarde para poder combatir el fatigoso calor que desprendían tras horas bajo un sol que no da tregua en agosto.

Dormir bajo las estrellas siempre me ha fascinado. Relaja e inquieta al mismo tiempo. Nos asoma a un mundo de mediocridad, frente a la inmensidad del universo. Un universo lleno de vidas, de seres, de luces y de sombras. Un universo que sobrepasa lo mágico, que transciende la fantasía épica.

La noche había caído sobre Fizvan sin apenas dejarse notar. Sus cansados y sabios ojos no habían querido prestar más atención a algo que veía todos los días. Sin embargo, la botella que sostenía... esa sí requería de una o dos miradas (y algún que otro amargo trago).

El día había ido bien, había cenado, y ahora tenía una botella casi llena... Fizvan estaba contento.
Sus ojos no querían ver el mas allá, que siempre estaba rondando por su periferia. Su nariz no quería oler la corrupción, que siempre asomaba por las alcantarillas, sus oídos no querían oír los gritos, que las calles siempre dejaban escapar... Fizvan bebía...

Anduvo durante una hora más, hasta encontrar su lugar favorito, El Suburbio.
El dueño del bar era un buen tío. Fizvan siempre encontraba allí su sitio... el jardín trasero. En ese recóndito lugar Fizvan dormía muchas noches. Un jardín interior, lejos del sol y la luna, pero alimentado por alguno de estos.

Pero esta noche Fizvan no estaba solo. Allí en el jardín trasero, había una pequeña chiquilla, que jugaba con pies sucios a cazar grillos.

La niña se levantó al ver a Fizvan. Fizvan tuvo miedo, miedo de que la niña se asustara y gritara, eso nunca es bueno, Fizvan lo sabía bien. Pero en vez de eso, la niña le sonrió, y se sentó con sus piernecitas cruzadas en frente.

Pasaron algunos momentos más de los necesarios para sentirse incomodo, y la niña por fin habló, sonriente y juguetona, como las niñas de su edad.

-Hola! 

Fizvan callaba...

-¿Cómo te llamas? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

Fizvan quiso callar de nuevo, avergonzado de su propia oscuridad ante algo tan puro. Pero de repente sintió como si su voluntad se liberase, como si ahora fuera dueño de sus actos por primera vez en su vida...y Fizvan ,al fin, contestó...


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