Capítulo 17: "El discurso de Fizvan"
Recuerdo momentos de serenidad, mientras el cigarro se
consume en mi viejo, y no por ello menos valioso, cenicero de mármol. El
veteado del buzón de colillas me relaja, dibuja una silueta burlona en forma de
espiral áurea, con matices anaranjados. Tan cálido, tan frío, tan paradójico
que nunca me deja indiferente. Tal vez sea el alma de mi abuelo que aun reside
en esta herencia, producto del azar que llegó otrora a mis manos y del que
nunca me he separado.
El humo se derrama en mi boca e inflama mis pulmones
ayudando a centrarme en la respiración y atándome al momento presente en
consecuencia. Exhalo una última calada y me dispongo a soñar.
Decía, que recuerdo momentos de serenidad. Momentos de los
de "cinco minutos más", de los de "jummm esto empieza a
cobrar sentido y no me pregunto el motivo". Parece que el leitmotiv recurrente en mis divagaciones
concuerda con el dejarse vivir en el momento y el espacio sin más preocupaciones
que el sentir.
Aún recuerdo cuando dormía en la azotea de mi vieja casa de
tres plantas con mis hermanos mayores. Casa construida por un "Apagaluces"
al que adoro. Un hombre renacentista que no conoce otra respuesta más que la de la lucha diaria y el trabajo bien hecho desde el corazón.
Las losas de la azotea todavía estaban frescas. Tenían un
olor especial a arcilla húmeda, mi madre las regaba por la tarde para poder
combatir el fatigoso calor que desprendían tras horas bajo un sol que no da
tregua en agosto.
Dormir bajo las estrellas siempre me ha fascinado. Relaja e
inquieta al mismo tiempo. Nos asoma a un mundo de mediocridad, frente a la
inmensidad del universo. Un universo lleno de vidas, de seres, de luces y de
sombras. Un universo que sobrepasa lo mágico, que transciende la fantasía
épica.
La noche había caído sobre Fizvan sin apenas dejarse notar.
Sus cansados y sabios ojos no habían querido prestar más atención a algo que
veía todos los días. Sin embargo, la botella que sostenía... esa sí requería de una
o dos miradas (y algún que otro amargo trago).
El día había ido bien, había cenado, y ahora tenía una
botella casi llena... Fizvan estaba contento.
Sus ojos no querían ver el mas allá, que siempre estaba
rondando por su periferia. Su nariz no quería oler la corrupción, que siempre
asomaba por las alcantarillas, sus oídos no querían oír los gritos, que las
calles siempre dejaban escapar... Fizvan bebía...
Anduvo durante una hora más, hasta encontrar su lugar
favorito, El Suburbio.
El dueño del bar era un buen tío. Fizvan siempre encontraba allí su sitio... el jardín trasero. En ese recóndito lugar Fizvan dormía muchas noches. Un jardín interior, lejos del sol y la luna, pero alimentado por alguno de estos.
El dueño del bar era un buen tío. Fizvan siempre encontraba allí su sitio... el jardín trasero. En ese recóndito lugar Fizvan dormía muchas noches. Un jardín interior, lejos del sol y la luna, pero alimentado por alguno de estos.
Pero esta noche Fizvan no estaba solo. Allí en el
jardín trasero, había una pequeña chiquilla, que jugaba con pies sucios a cazar
grillos.
La niña se levantó al ver a Fizvan. Fizvan tuvo miedo, miedo
de que la niña se asustara y gritara, eso nunca es bueno, Fizvan lo sabía bien.
Pero en vez de eso, la niña le sonrió, y se sentó con sus piernecitas cruzadas
en frente.
Pasaron algunos momentos más de los necesarios para sentirse
incomodo, y la niña por fin habló, sonriente y juguetona, como las niñas de su
edad.
-Hola!
Fizvan callaba...
-¿Cómo te llamas? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
Fizvan quiso callar de nuevo, avergonzado de su propia
oscuridad ante algo tan puro. Pero de repente sintió como si su voluntad se
liberase, como si ahora fuera dueño de sus actos por primera vez en su vida...y
Fizvan ,al fin, contestó...

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