Capítulo 21: "La cajita de madera"
La mano izquierda de Fran ya ha parado de temblar.
Hace un invierno frío. Frío como las correas que atan a Fran
a la cama del hospital.
Su mano ya no tiembla, su corazón ya no palpita a destiempo,
pero le duele el vacío que queda dentro.
Mira a través de la ventana empapada por las pocas gotas de
lluvia que cayó anoche.
Mira a través de la ventana, ignorando los consejos de
superación de sus familiares que aguardan a su lado como cuando te esperan en
un postoperatorio.
Dentro del hospital no le dejan fumar. Ni siquiera puede
rascarse el culo sin pedir permiso. Atado de pies y manos lo tachan de loco. Él
sabe que su locura lo acerca más a la cordura del cuerdo que sabe y quiere serlo,
que a la cordura del loco que cree estar cuerdo sin estarlo.
La ventana chorrea recuerdos que se mezclan en una vorágine de
nostalgia autocomplaciente:
La cajita de madera
estaba grabada con pirógrafo, mediante líneas que forman ángulos imposibles al
estilo de las descripciones Lovecraftianas. El cierre de la cajita se disputa
entre dos pequeñas volutas ornamentadas con mimo, dibujando una preciosa flor
de loto semiabierta.
Dentro de la caja Fran
atesora un colgante de plata, dos capuchones de bolígrafos y una pequeña nota
envejecida con café y tintes de cera que otrora fue una vela roja.
Lleva más de diez años
sin abrir la caja. La caja guarda el tiempo, envaina los recuerdos de sus
tiernos veinte, cuando cree pensar que todo era más sencillo.
Dentro de ese
recipiente de madera de no más de un palmo, se acomodan grácilmente leyendas de
decenas de personas que pasaron por la vida de Fran, constituyéndole como Ser
sintiente. Decenas de personas con cientos de ideas y sueños, que solo conocen
quienes han tenido la oportunidad de acercarse con cariño y que han sabido
recibirlas de buen grado.
Todas esas Vidas se
entremezclan en la mente de Fran. Le abrigan en el frío del invierno y vuelven
a la cajita para no perderse entre las carreteras del existir.
El interior de la cajita
de madera está forrada con terciopelo rojo, para que la inmensidad de esos
recuerdos se acomoden bien y no tengan la tentación de abandonar a Fran en
ningún momento.
La cajita guarda un
millón y medio de suspiros, catorce mil besos y un sobre lleno de abrazos que
pueden erizar los pelos de los brazos de todo aquel que se acerque.
La cajita guarda
ciento cincuenta mil sonrisas de las de dolor de riñones, un "Te quiero"
de los de verdad y treinta y un lloros de felicidad de una madre omnipotente.
La cajita se funde en
las manos de Fran, no la piensa soltar aunque le llamen loco. La cajita de Fran
guarda una infusión de hierbas ancestrales que calman todo dolor existente. Una
infusión que huele rico, que calienta las manos y el pecho y serena el alma.
La cajita de Fran
guarda una melodía de las Ninfas del bosque. Ninfas que encontró Fran en
sueños, con las que coqueteó y de las que recibió como regalo una canción
infinita de notas imposibles que se salen de toda escala conocida.
El broche de la caja
se ha abierto, la tapa parece entreabierta...

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