miércoles, 15 de julio de 2015

Capítulo 4: "La tejedora de estrellas"

Profunda y turbia. Pequeñas porciones burbujeantes de felicidad.
La espuma baja, la garganta se humedece.
La estrechez del alma se dilata así como los vasos ... Como esos vasos que dilatan los vasodilatadores. No de esos vasos que forman el paradigma de ella.
De ella.
De esa rubia o tostada que media entre la camarera y el desdichado.
Esa que separa un abismo de apenas un metro, en el que el servidor y el servido establecen un pacto entre iguales.
En el centro de la sala Raúl, Ana y Fran. Es tarde, la mayoría de los clientes se han ido ya. 
Ana preciosa como siempre. No muy arreglada, no le hacía falta. Solo ese maravilloso perfume que encandilaba el alma de Fran y de algún que otro más. Unos labios bien tatuados de rojo. Poco más, que eso. El pelo suelto reía como ella, se movía como ella, danzaba como ella.
Fran estrenaba zapatillas nuevas. Le fascinaban sus zapatillas. Aunque odiaba ir de compras, ir a la caza de unas buenas zapatillas que marquen estilo con su caminar era otra historia. La semana anterior lo consiguió. Unas Adidas negras con líneas rojas. Calzaba su nueva adquisición con orgullo. Al igual que su vieja camisa de cuadros verdes Kurtcobiana, que heredó de su hermano mayor y que lleva formando parte de su vestuario como una década ya.
Raúl destacaba con una camisa negra bien abrochada, que funcionaban como un potente display social, elegante a la par que underground-alternativo.
El barman cerró las puertas. Solo quedaron dentro los clientes vip. Los ceniceros aparecieron en la barra como por arte de magia."Cryin like a bitch" de Godsmack sonaba por los "speakers". El trascendental arte de liar marihuana empezaba a germinar en el interior de la sala, al unísono con la bajada de intensidad de la luz de ambiente.
En el centro, la triada iluminada por Raúl. En la periferia una parejita de 20 añeros y tres moteros que balbucean algo referente a la camaradería y a la esencia de la amistad, mientras engullen con facilidad litros de cerveza.
Los focos reflejan el ambiente lleno de humo. El estribillo comienza "...but I've told you one to many times you were cryin like a bitch..."
La espuma de la cerveza empieza a rozar el fondo del vaso. Raúl, Fran y Ana  festejan momentos de su niñez entre las cálidas maderas del bar. Recuerdan detalles curiosos y significativos que marcaron parte de su vida y que se ubican en su infancia.
El tema de conversación lo inició Raúl. Como no, una de sus entrañables ideas que trascienden la noche, que hacen que los vecinos de charla peguen la oreja a la conversación y paren de hablar de fútbol y política.
De  nuevo Raúl lo volvió a conseguir, todo el bar pendiente de ellos. El talismán del chamán, una sonrisa embaucadora y un tema de conversación profundo y genuino.
Después de que Fran comentara detalles de cómo robaba naranjas de pequeño -siempre las naranjas robadas están más ricas- bromeaba Fran; y cómo Ana la partió el labio al abusón de su clase cuando intentó bajarle la falda, llegó el turno de Raúl. El tono de Raúl se tornó solemne, e inició una maravillosa historia que le fue contada por su padre cuando Raúl apenas tenía 10 años. La historia se convirtió en leyenda. La leyenda se fundió con el humo, adornando las notas de vida de esa noche.
Rápidamente los oyentes se metieron en su mundo. Raúl consiguió que vivieran la historia en primera persona. Bueno lo consiguió Raúl, el THC, el alcohol y la música.

-         Que por qué no debes estar despierto hasta tan tarde
¿Nunca has oído la leyenda de la tejedora de estrellas?

-          No padre, yo solo quiero ir a jugar con el resto de mis amigos al bosque.

-          Y podrás pequeño, y podrás, pero no más tarde de la puesta de sol, y menos aún a tan altas horas de la noche.

-          Bueno pues ya que no me dejas, cuéntame esa historia del teje estrellas.

-          ¡Tejedora de estrellas!
Su nombre es Duermedela y más te vale no tergiversar el nombre de una diosa. Porque esta leyenda narra la trágica historia de una de las diosas más bellas de todo el cosmos.
Su belleza solo es comparable con sus endemoniados actos que en el presente y desde hace algunos años lleva realizando bajo el velo de creer hacer lo correcto.

Duermedela siempre ha sido la encargada de mantener a las estrellas que esta noche podemos disfrutar en lo más alto del cielo. Desde allí arriba al lado de esa estrella que sobresale de las demás, ¿puedes verla?...

-          Sí padre.

-          …mientras una noche se deleitaba realizando su trabajo como la más hábil de todas las costureras, se enamoró de un mortal, que aliviaba el calor, que la fragua le infundía, en un lago cercano a la herrería en la que trabajaba. Allí con la luna como paradigma de la noche y el lago como un espejo del joven herrero, se produjo el eterno amor de la tejedora, que no tardó en ser mutuo.

Como una estrella fugaz la diosa bajó a la Tierra y encandiló al joven herrero.
Durante varias semanas Duermedela bajaba durante el día a recrear su amor con el muchacho, dado que por las noches se dedicaba a tan laborioso oficio como es el de mantener a las estrellas en el lugar que le corresponden.

-          Padre, ¿qué tiene que ver el amor entre una diosa y un hombre, para que yo no pueda salir a jugar por la noche?

-          La paciencia no es una de tus virtudes, pequeño, pero espera hasta el final.

-          Al igual que ocurre en la vida mundana, el amor entre dos personas puede ser quebrado por un tercero en discordia.
Hipnos, el dios que siempre había estado enamorado en secreto de Duermedela, observaba furioso, cómo un simple mortal se había ganado su corazón. Su furia era tal que hacía temblar en pesadillas a la mayoría de los seres vivos de esta tierra.

A modo de venganza, Hipnos maldijo al joven herrero a sumirse en la locura.
Cuando la tejedora se dio cuenta de que su amado había cambiado, se introdujo en lo más hondo que la tristeza permite.

No era él, apenas la reconocía, balbuceaba más que hablar y sin ninguna coherencia. Pero…, siempre hay un "pero" hijo, observó que mientras su amado dormía, se levantaba sonámbulo cada noche y para el asombro de la diosa, ¡era el mismo que antes!, su amante cuerdo que la deseaba, la amaba y bebía los vientos por ella.

Duermedela, ajena al motivo de tan extraños sucesos, quiso entender que esa, precisamente esa, era la naturaleza humana, solo son ellos mismos cuando duermen, su alma solo deja aflorar su verdadera naturaleza cuando nada los confunde, mientras, solo interpretan un papel para sobrevivir en sociedad que no deja de ser una locura.

Por tanto, encontró un remedio para la enfermedad de los humanos. Durante años Duermedela baja de los cielos por las noches cuando ha terminado sus labores y todas las estrellas están donde deben, y cuando encuentra a algún mortal despierto, lo funde en un sueño eterno para que sea él mismo, o al menos eso cree la desdichada tejedora de estrellas, forjadora del cielo.

Por eso pequeño impaciente, no puedes ir a jugar al bosque de noche, si te cruzas con una bellísima joven con un manto blanco y una larga melena azabache, puedes caer en un estado de profundo sueño del que nadie te podrá levantar jamás.

-          Entiendo padre. Siento pena por la pobre Duermedela. ¿Por qué no pudo terminar su historia de otra forma?


-          Con el tiempo aprenderás que el destino teje caprichosamente nuestras vidas, como Duermedela teje el manto estrellado.

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Delirios del chamán by Jesús López Rodríguez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.




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