Capítulo 4:
"La tejedora de estrellas"
Profunda y
turbia. Pequeñas porciones burbujeantes de felicidad.
La espuma baja, la garganta se humedece.
La estrechez del alma se dilata así como los vasos ... Como esos vasos que dilatan los vasodilatadores. No de esos vasos que forman el paradigma de ella.
De ella.
De esa rubia o tostada que media entre la camarera y el desdichado.
Esa que separa un abismo de apenas un metro, en el que el servidor y el servido establecen un pacto entre iguales.
La espuma baja, la garganta se humedece.
La estrechez del alma se dilata así como los vasos ... Como esos vasos que dilatan los vasodilatadores. No de esos vasos que forman el paradigma de ella.
De ella.
De esa rubia o tostada que media entre la camarera y el desdichado.
Esa que separa un abismo de apenas un metro, en el que el servidor y el servido establecen un pacto entre iguales.
En el
centro de la sala Raúl, Ana y Fran. Es tarde, la mayoría de los clientes se han
ido ya.
Ana preciosa como siempre. No muy arreglada, no le hacía falta. Solo ese maravilloso perfume que encandilaba el alma de Fran y de algún que otro más. Unos labios bien tatuados de rojo. Poco más, que eso. El pelo suelto reía como ella, se movía como ella, danzaba como ella.
Ana preciosa como siempre. No muy arreglada, no le hacía falta. Solo ese maravilloso perfume que encandilaba el alma de Fran y de algún que otro más. Unos labios bien tatuados de rojo. Poco más, que eso. El pelo suelto reía como ella, se movía como ella, danzaba como ella.
Fran
estrenaba zapatillas nuevas. Le fascinaban sus zapatillas. Aunque odiaba ir de
compras, ir a la caza de unas buenas zapatillas que marquen estilo con su caminar
era otra historia. La semana anterior lo consiguió. Unas Adidas negras con
líneas rojas. Calzaba su nueva adquisición con orgullo. Al igual que su vieja
camisa de cuadros verdes Kurtcobiana, que heredó de su hermano mayor y que
lleva formando parte de su vestuario como una década ya.
Raúl
destacaba con una camisa negra bien abrochada, que funcionaban como un potente
display social, elegante a la par que underground-alternativo.
El barman
cerró las puertas. Solo quedaron dentro los clientes vip. Los ceniceros
aparecieron en la barra como por arte de magia."Cryin like a bitch" de
Godsmack sonaba por los "speakers". El trascendental arte de liar
marihuana empezaba a germinar en el interior de la sala, al unísono con la
bajada de intensidad de la luz de ambiente.
En el
centro, la triada iluminada por Raúl. En la periferia una parejita de 20 añeros
y tres moteros que balbucean algo referente a la camaradería y a la esencia de
la amistad, mientras engullen con facilidad litros de cerveza.
Los focos
reflejan el ambiente lleno de humo. El estribillo comienza "...but I've told you one to many times you were
cryin like a bitch..."
La espuma
de la cerveza empieza a rozar el fondo del vaso. Raúl, Fran y Ana festejan momentos de su niñez entre las cálidas
maderas del bar. Recuerdan detalles curiosos y significativos que marcaron
parte de su vida y que se ubican en su infancia.
El tema de
conversación lo inició Raúl. Como no, una de sus entrañables ideas que
trascienden la noche, que hacen que los vecinos de charla peguen la oreja a la
conversación y paren de hablar de fútbol y política.
De nuevo Raúl lo volvió a conseguir, todo el bar
pendiente de ellos. El talismán del chamán, una sonrisa embaucadora y un tema
de conversación profundo y genuino.
Después de
que Fran comentara detalles de cómo robaba naranjas de pequeño -siempre las naranjas robadas están más ricas- bromeaba Fran; y cómo Ana la
partió el labio al abusón de su clase cuando intentó bajarle la falda, llegó el
turno de Raúl. El tono de Raúl se tornó solemne, e inició una maravillosa historia
que le fue contada por su padre cuando Raúl apenas tenía 10 años. La historia
se convirtió en leyenda. La leyenda se fundió con el humo, adornando las notas
de vida de esa noche.
Rápidamente
los oyentes se metieron en su mundo. Raúl consiguió que vivieran la historia en
primera persona. Bueno lo consiguió Raúl, el THC, el alcohol y la música.
- Que por qué no debes estar despierto
hasta tan tarde
¿Nunca has oído la leyenda de la
tejedora de estrellas?
-
No padre, yo solo quiero ir a jugar
con el resto de mis amigos al bosque.
-
Y podrás pequeño, y podrás, pero no
más tarde de la puesta de sol, y menos aún a tan altas horas de la noche.
-
Bueno pues ya que no me dejas,
cuéntame esa historia del teje estrellas.
-
¡Tejedora de estrellas!
Su nombre es Duermedela y más te
vale no tergiversar el nombre de una diosa. Porque esta leyenda narra la
trágica historia de una de las diosas más bellas de todo el cosmos.
Su belleza solo es comparable con
sus endemoniados actos que en el presente y desde hace algunos años lleva
realizando bajo el velo de creer hacer lo correcto.
Duermedela siempre ha sido la encargada
de mantener a las estrellas que esta noche podemos disfrutar en lo más alto del
cielo. Desde allí arriba al lado de esa estrella que sobresale de las demás,
¿puedes verla?...
-
Sí padre.
-
…mientras una noche se deleitaba
realizando su trabajo como la más hábil de todas las costureras, se enamoró de
un mortal, que aliviaba el calor, que la fragua le infundía, en un lago cercano
a la herrería en la que trabajaba. Allí con la luna como paradigma de la noche
y el lago como un espejo del joven herrero, se produjo el eterno amor de la
tejedora, que no tardó en ser mutuo.
Como una estrella fugaz la diosa
bajó a la Tierra y encandiló al joven herrero.
Durante varias semanas Duermedela
bajaba durante el día a recrear su amor con el muchacho, dado que por las noches
se dedicaba a tan laborioso oficio como es el de mantener a las estrellas en el
lugar que le corresponden.
-
Padre, ¿qué tiene que ver el amor
entre una diosa y un hombre, para que yo no pueda salir a jugar por la noche?
-
La paciencia no es una de tus virtudes,
pequeño, pero espera hasta el final.
-
Al igual que ocurre en la vida
mundana, el amor entre dos personas puede ser quebrado por un tercero en
discordia.
Hipnos, el dios que siempre había
estado enamorado en secreto de Duermedela, observaba furioso, cómo un simple
mortal se había ganado su corazón. Su furia era tal que hacía temblar en
pesadillas a la mayoría de los seres vivos de esta tierra.
A modo de venganza, Hipnos maldijo
al joven herrero a sumirse en la locura.
Cuando la tejedora se dio cuenta de
que su amado había cambiado, se introdujo en lo más hondo que la tristeza
permite.
No era él, apenas la reconocía,
balbuceaba más que hablar y sin ninguna coherencia. Pero…, siempre hay un "pero"
hijo, observó que mientras su amado dormía, se levantaba sonámbulo cada noche y
para el asombro de la diosa, ¡era el mismo que antes!, su amante cuerdo que la
deseaba, la amaba y bebía los vientos por ella.
Duermedela, ajena al motivo de tan
extraños sucesos, quiso entender que esa, precisamente esa, era la naturaleza
humana, solo son ellos mismos cuando duermen, su alma solo deja aflorar su
verdadera naturaleza cuando nada los confunde, mientras, solo interpretan un
papel para sobrevivir en sociedad que no deja de ser una locura.
Por tanto, encontró un remedio para
la enfermedad de los humanos. Durante años Duermedela baja de los cielos por
las noches cuando ha terminado sus labores y todas las estrellas están donde
deben, y cuando encuentra a algún mortal despierto, lo funde en un sueño eterno
para que sea él mismo, o al menos eso cree la desdichada tejedora de estrellas,
forjadora del cielo.
Por eso pequeño impaciente, no
puedes ir a jugar al bosque de noche, si te cruzas con una bellísima joven con
un manto blanco y una larga melena azabache, puedes caer en un estado de
profundo sueño del que nadie te podrá levantar jamás.
-
Entiendo padre. Siento pena por la
pobre Duermedela. ¿Por qué no pudo terminar su historia de otra forma?
-
Con el tiempo aprenderás que el
destino teje caprichosamente nuestras vidas, como Duermedela teje el manto
estrellado.

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